CREO QUE TODO EL MUNDO DEBERÍA TENER UN BLOG

Creo que todo el mundo debería tener un blog… o algún sitio donde escribir y que todos los demás podamos leerlo porque todos escribimos bien, cada uno a su manera, pero bien. Me gusta mucho leer las opiniones de mis amigos sobre el mundo o la vida en general, y, personalmente, me puede enriquecer en la misma medida leer el último premio planeta que algo escrito por cualquiera de mis amigos, especialmente si es algo que hayamos vivido juntos o si tienen ideas disparatadas como las mías (ideas de esas que, como diría Marta, viajan en el metro de Madrid o "vuelan" depende de como se mire).


Y no me gustan algunas actitudes tipo... a mí no se me da bien escribir por eso no lo hago.

Encuentro absurdo cuando alguien te dice que no sabe escribir o que no se le da bien porque es una cosa tan subjetiva… cada uno escribe de forma diferente y que alguien cuente sus vivencias, opiniones o sentimientos por escrito siempre está bien, aunque no sea Cervantes... a lo mejor alguien lo lee y piensa que es malísimo o se duerme mientras lo está leyendo pero puede que eso mismo consiga ponerle la carne de gallina a otro, como a mí me pasa con algunas canciones.


Así que cuando oigo que alguien no quiere escribir porque le da vergüenza, o ha escrito algo y no quiere que la gente lo lea porque le da vergüenza… no lo entiendo.

Y dejando aparte dos o tres actualizaciones pendientes como frases míticas de nuestros mails o cual sería mi aspecto exterior si me quedara sola en una isla desierta… ahora me apetece contar como aprendí a esquiar, que tiene un poco que ver con lo que he dicho antes del coraje que me da la típica actitud de "yo no hago esto porque no se me da bien" y eso sin haberlo intentado previamente.

Pues la primera vez que me puse unos esquís fue en mi Granada, porque no podía ser en otro lugar que en "mi sierra", lugar donde tengo intención de jubilarme y poner una peluquería cuando cumpla los 35.

Los que me conocéis sabéis que mi coordinación manos-pies-cabeza no es muy buena en general (es decir, me tocó la matrona ciega que me tiro de la cuna del nido un par de veces sin darse cuenta) vamos que más torpe no se puede nacer... asi que si no me caí 100 veces, no me caí ninguna.

De repente, paralizada por el frío, con un kilo de moratones o heridas de guerra, pero no de las que me hago con las niñas cuando llevamos 7 copas, si no de las que duelen de verdad, y otro kilo de nieve que se me había metido por debajo del abrigo (tratamiento de shock para que la piel quedé bien estirada y bonita, debería patentarlo en algún spa) levanté la vista para divisar la fantástica y espectacular cafetería que tenía enfrente, con sillas, calefacción, y cola cao caliente... poco me falto para tirar la toalla no volver a esquiar en mi vida, pero seguí en la pista, porque lo que mi familia llama tozudez e inconsciencia yo prefiero llamarlo perseverancia.

Y la actitud mas facil en esos momentos era aquella de "esto no es lo tuyo, no se te da bien, déjalo, asume que nunca vas a aprender y punto, déjalo para los que han aprendido de pequeños y saben".

Menos mal que a medida que pasaron los días fui cambiando mi percepción de las cosas, y en vez de caerme 100 veces me caía 50. Y poco a poco fui destrozando el mito, aunque debería llamarlo leyenda urbana, que me había formado en mi cabeza por culpa de toda la gente que me decía que si no había aprendido a esquiar de pequeña debía olvidarme, porque de mayor es imposible (a los cuales debería haber contestado... que tu seas un analfabeto deportivo no signifca que yo también)

Y el día que vi Marruecos desde el pico mas alto de Sierra Nevada, me di cuenta que esas 100 veces que me levanté habían merecido la pena, aunque en el momento de caerme no pensara lo mismo, porque si hubiera nacido sabiendo esquiar, no hubiera sido lo mismo.

Simplemente quería contarlo porque se que si he sido capaz de aprender a esquiar, se que puedo aprender cualquier cosa aunque la vida todavía me tenga preparadas muchas caídas, que duelen, y mucho, pero muchas veces esas caídas son las que hacen que otros momentos valgan la pena.

Y lo del guapísimo camarero del Creschendo, que la primera vez q lo ví me tiré un colacao entero encima del jersey de la impresión, os lo cuento otro día.

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